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domingo, 4 de mayo de 2014

Que el primero venga así y tener cinco más...tela


Hoy, bueno, ya ayer, fue el día de la Madre. Como todos, yo también tengo una, y bien se merece unas palabras mías este primer domingo de mayo. Soy su única hija (que no es lo mismo que ser hija única).

Realmente pienso que ya empezó a pasarlas canutas con su prole, antes incluso de que  hubiéramos nacido y os explico por qué. Lo flipante es que ella lo cuenta como si nada, como si tal cosa, como 'mira que detalle me paso ayer'....

Año 1966,  10 de diciembre, frío de narices, embarazada casi de nueve meses de mi hermano mayor,  va y decide, mientras colgaba una colada, que se marcha  con mi padre a Madrid a recoger a sus suegros que de vuelta de un viaje, aterrizaban en la capital al día siguiente. Su madre, mi abuela,  que fue una mujer excepcional,  le había dicho una vez: “acompaña a tu marido hasta el fin del mundo”,  y ella...literal.

No sé como estaba España en aquella época, yo todavía estaba en el limbo, pero por lo que cuentan, por las fotografías y por lo que vi en el Nodo, me da que un poco complicada para viajar en esas condiciones, pero mi madre debió pensar: “Madrid, comparado con  del fin del mundo, es la casa de la vecina, así que yo me voy”, desoyendo por cierto, a la vecina,  que también colgaba su ropa en el patio común,  y que le aconsejó que mejor estaba quietecita en casa después de escuchar a mi madre contarle su inminente plan de desplazamiento.

Comenzaron el viaje por la tarde y “muy prudentes” mis padres, al anochecer, deciden hacer un alto en el camino y pasar la noche en el Parador de Puebla de Sanabria, provincia de Zamora,  que se caracteriza por sus temperaturas extremas tanto en verano como en invierno (hasta -15º). Mi padre, de nuevo “muy prudente”, le indica al botones del Parador que le vacíe el agua del coche  para  evitar que se le congele durante la noche, cosa que el muchacho hace solícito.

Hasta aquí todo bien. Pero mira tú por donde, a las 2.00 de la mañana de esa noche, mi madre rompe aguas. Panorama donde los haya...Despiertan a la directora del Parador (entonces jefa) y le cuentan lo que ha pasado. La buena mujer, avisa en seguida al médico-veterinario-boticario del pueblo que acude en taxi,  todavía con la legaña pegada. Cuenta mi madre que el reconocimiento que le hizo el 'polifacultativo' consistió básicamente en meterle el brazo cuan largo era, por el orificio de salida de los niños al nacer...hasta la garganta (perdón por lo gráfico). Diagnóstico: “vayan a Zamora capital o regresen a Vigo, que esto empieza ya”. Mis padres, creen que lo mejor es volver a Vigo, empaquetan, cogen el coche e inician la vuelta a casa.

Diréis que tampoco fue para tanto la aventura. Pues tenéis  razón,  pero es que la cosa no acaba ahí. Con las prisas y el sofocón, a mi padre se le olvidó el pequeño detalle de volver a poner agua al coche, así que  en plena gélida noche castellana el vehículo sesentero empieza a echar humo a la altura de Requejo, un pueblecito de  tres casas (no más), una de las cuales tenía curiosamente  luz a esas intempestivas horas de la madrugada. Un ángel les acompañaba, estoy segura, si no, no me lo explico.

Mi padre se baja del coche y entra en la casita iluminada,  que resultó ser el bar del pueblo,  a pedir ayuda. Mi madre espera paciente en el coche envuelta en una toalla, gentilmente cedida por el Parador,  porque las “aguas” seguían su curso y mi hermano amenazaba presentarse en cualquier momento en plan ¡hola k ase! Mi padre tardaba un poco...

Dice mi madre que no estaba nerviosa, ni siquiera cuando de repente,  en plan Santa Compaña, ve aparecer a dos hombres por el camino que tenía a su izquierda y que daba al monte. Uno portaba una caja de difuntos, el otro, la tapa de la caja de difuntos y los dos, alumbraban su paso con un candil. Ambientazo...

Pasada una media hora  aparece mi padre. Las personas que estaban en el bar,  eran familiares de un recién fallecido del pueblo que todavía debía estar de cuerpo presente en su cama (la caja fantasmagórica era para él), y debieron ver en mi padre,  a un hombre sabio que les enviaba la providencia y al que debían pedir consejo en relación  a la herencia y otros pequeños detalles ‘post mortem’. La  principal preocupación de aquellos hombres era,  como hacerse con los fondos que el recién finado tenía en el banco del pueblo, teniendo en cuenta que ya no era posible que les firmase un talón para retirar el dinero. Mi padre agradecido por la ayuda prestada, que consistió en despertar a un taxista de Madrid que casualmente pasaba unos días de vacaciones en Requejo, les asesoró como pudo.

Entre todos, familiares del difunto, taxista y mi padre deciden que el plan a seguir es remolcar el coche hasta Puebla Sanabria de nuevo, y allí buscar un mecánico que lo repare. Tomando un camión prestado por uno de los vecinos,  a modo de grúa-remolque, el taxista ató con una cuerda el maltrecho vehículo y mis padres, taxista, camión y coche, emprendieron rumbo a Sanabria.  ¡Menos mal que la cuerda solo se rompió tres veces durante el trayecto!

Como el taxista era temeroso de la guardia civil, sobretodo de las 6.000 pesetas de multa que le podían caer si le pillaban remolcando un coche a esa horas en esas condiciones,  comunicó a mis padres que pararía en la gasolinera que estaba a la entrada de Puebla y que allí tendrían que buscar un plan B (yo diría que ya iban por el F vamos).

Pues, he ahí mi padre,  a las 5.00 de la mañana, recorriendo las calles a pie y llamando a todas las puertas donde ponía que arreglaban algo. Pero nada, ningún mecánico del lugar estaba por la labor de madrugar. Llevaba casi una hora de infructuosos intentos,  y el pobre hombre ya estaba un poco desesperado,  cuando alguien le dijo que había otro taxista en Sanabria que posiblemente podría llevarles a Vigo. Localizado el sujeto 'posible salvador',  al que le costó verdadero esfuerzo levantarse de la cama (parece ser que lo despertaban y se dormía, lo volvían a despertar y se volvía a dormir, hasta que a la tercera espabiló), por el módico precio de 4.000 pesetas de las de entonces, accedió a emprender el camino a Vigo. Cinco horas, en las que de vez en cuando se giraba hacía atrás  y preguntaba a mi madre: ¿le duele señora?  Yo no sé si es por ese motivo que ella siempre ha llevado en su coche un San Cristóbal, patrón de los taxistas.

Mi madre, agarrada por mi padre para evitar malos movimientos en las curvas, y envuelta en su abrigo de astracán y la toalla del parador,  aguantó como una jabata el trayecto sin quejarse. Llegaron a Vigo directos al hospital,  donde poco después  nacía felizmente mi hermano mayor  con tres bultos en la cabeza, pero nada que ver con las peripecias de mis padres. Simplemente,  es que a pesar de haber estado amenazando desde el día anterior con aparecer en este mundo de forma inoportuna, al final tuvieron que sacarlo con ventosas, porque el tío no quería salir.

Antes de los doce meses, ya estaba yo diciendo ¡hola k ase!, y así hasta seis, por lo que pienso que mi madre como casi todas las madres, olvidó pronto lo malo y se quedó solo con lo bueno. Lo sigue haciendo,  y se lo quiero agradecer con este post que le dedico con todo mi cariño. 

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