Hoy,
bueno, ya ayer, fue el día de la Madre. Como todos, yo también tengo una, y
bien se merece unas palabras mías este primer domingo de mayo. Soy su única
hija (que no es lo mismo que ser hija única).
Realmente
pienso que ya empezó a pasarlas canutas con su prole, antes incluso de
que hubiéramos nacido y os
explico por qué. Lo flipante es que ella lo cuenta como si nada, como si tal
cosa, como 'mira que detalle me paso ayer'....
Año
1966, 10 de diciembre, frío de narices,
embarazada casi de nueve meses de mi hermano mayor, va y decide, mientras colgaba una colada, que
se marcha con mi padre a Madrid a
recoger a sus suegros que de vuelta de un viaje, aterrizaban en la capital al
día siguiente. Su madre, mi abuela, que
fue una mujer excepcional, le había
dicho una vez: “acompaña a tu marido hasta el fin del mundo”, y ella...literal.
No sé
como estaba España en aquella época, yo todavía estaba en el limbo, pero por lo
que cuentan, por las fotografías y por lo que vi en el Nodo, me da que un poco
complicada para viajar en esas condiciones, pero mi madre debió pensar: “Madrid,
comparado con del fin del mundo, es la
casa de la vecina, así que yo me voy”, desoyendo por cierto, a la
vecina, que también colgaba su ropa en
el patio común, y que le aconsejó que
mejor estaba quietecita en casa después de escuchar a mi madre contarle su
inminente plan de desplazamiento.
Comenzaron
el viaje por la tarde y “muy prudentes” mis padres, al anochecer, deciden hacer
un alto en el camino y pasar la noche en el Parador de Puebla de Sanabria,
provincia de Zamora, que se caracteriza
por sus temperaturas extremas tanto en verano como en invierno (hasta -15º). Mi
padre, de nuevo “muy prudente”, le indica al botones del Parador que le vacíe
el agua del coche para evitar que se le congele durante la noche,
cosa que el muchacho hace solícito.
Hasta
aquí todo bien. Pero mira tú por donde, a las 2.00 de la mañana de esa
noche, mi madre rompe aguas. Panorama donde los haya...Despiertan a
la directora del Parador (entonces jefa) y le cuentan lo que ha pasado. La
buena mujer, avisa en seguida al médico-veterinario-boticario del pueblo
que acude en taxi, todavía con la legaña
pegada. Cuenta mi madre que el reconocimiento que le hizo el 'polifacultativo'
consistió básicamente en meterle el brazo cuan largo era, por el orificio de
salida de los niños al nacer...hasta la garganta (perdón por lo gráfico).
Diagnóstico: “vayan a Zamora capital o regresen a Vigo, que esto empieza
ya”. Mis padres, creen que lo mejor es volver a Vigo, empaquetan, cogen el
coche e inician la vuelta a casa.
Diréis
que tampoco fue para tanto la aventura. Pues tenéis razón,
pero es que la cosa no acaba ahí. Con las prisas y el sofocón, a mi
padre se le olvidó el pequeño detalle de volver a poner agua al coche,
así que en plena gélida noche castellana
el vehículo sesentero empieza a echar humo a la altura de Requejo, un
pueblecito de tres casas (no más), una
de las cuales tenía curiosamente luz a
esas intempestivas horas de la madrugada. Un ángel les acompañaba, estoy
segura, si no, no me lo explico.
Mi
padre se baja del coche y entra en la casita iluminada, que resultó ser el bar del pueblo, a pedir ayuda. Mi madre espera paciente en el
coche envuelta en una toalla, gentilmente cedida por el Parador, porque las “aguas” seguían su curso y mi hermano
amenazaba presentarse en cualquier momento en plan ¡hola k ase! Mi padre
tardaba un poco...
Dice
mi madre que no estaba nerviosa, ni siquiera cuando de repente, en plan Santa Compaña, ve aparecer a
dos hombres por el camino que tenía a su izquierda y que daba al monte. Uno
portaba una caja de difuntos, el otro, la tapa de la caja de difuntos y los
dos, alumbraban su paso con un candil. Ambientazo...
Pasada
una media hora aparece mi padre. Las
personas que estaban en el bar, eran
familiares de un recién fallecido del pueblo que todavía debía estar
de cuerpo presente en su cama (la caja fantasmagórica era para él), y debieron
ver en mi padre, a un hombre sabio que
les enviaba la providencia y al que debían pedir consejo en
relación a la herencia y otros pequeños
detalles ‘post mortem’. La principal
preocupación de aquellos hombres era,
como hacerse con los fondos que el recién finado tenía en el banco del
pueblo, teniendo en cuenta que ya no era posible que les firmase un talón para
retirar el dinero. Mi padre agradecido por la ayuda prestada, que consistió en
despertar a un taxista de Madrid que casualmente pasaba unos días de vacaciones
en Requejo, les asesoró como pudo.
Entre
todos, familiares del difunto, taxista y mi padre deciden que el plan a
seguir es remolcar el coche hasta Puebla Sanabria de nuevo, y allí
buscar un mecánico que lo repare. Tomando un camión prestado por uno de los
vecinos, a modo de grúa-remolque, el
taxista ató con una cuerda el maltrecho vehículo y mis padres, taxista, camión
y coche, emprendieron rumbo a Sanabria.
¡Menos mal que la cuerda solo se rompió tres veces durante el
trayecto!
Como
el taxista era temeroso de la guardia civil, sobretodo de las 6.000 pesetas de
multa que le podían caer si le pillaban remolcando un coche a esa horas en esas
condiciones, comunicó a mis padres que pararía
en la gasolinera que estaba a la entrada de Puebla y que allí tendrían que
buscar un plan B (yo diría que ya iban por el F vamos).
Pues,
he ahí mi padre, a las 5.00 de la mañana,
recorriendo las calles a pie y llamando a todas las puertas donde ponía que
arreglaban algo. Pero nada, ningún mecánico del lugar estaba por la labor de
madrugar. Llevaba casi una hora de infructuosos intentos, y el pobre hombre ya estaba un poco desesperado, cuando alguien le dijo que había otro
taxista en Sanabria que posiblemente podría llevarles a Vigo. Localizado el
sujeto 'posible salvador', al que le
costó verdadero esfuerzo levantarse de la cama (parece ser que lo despertaban y
se dormía, lo volvían a despertar y se volvía a dormir, hasta que a la tercera
espabiló), por el módico precio de 4.000 pesetas de las de entonces, accedió
a emprender el camino a Vigo. Cinco horas, en las que de vez en
cuando se giraba hacía atrás y
preguntaba a mi madre: ¿le duele señora?
Yo no sé si es por ese motivo que ella siempre ha llevado en su coche un
San Cristóbal, patrón de los taxistas.
Mi
madre, agarrada por mi padre para evitar malos movimientos en las curvas,
y envuelta en su abrigo de astracán y la toalla del parador, aguantó como una jabata el trayecto sin
quejarse. Llegaron a Vigo directos al hospital,
donde poco después nacía
felizmente mi hermano mayor con tres
bultos en la cabeza, pero nada que ver con las peripecias de mis padres.
Simplemente, es que a pesar de haber
estado amenazando desde el día anterior con aparecer en este mundo de forma
inoportuna, al final tuvieron que sacarlo con ventosas, porque el tío no quería
salir.
Antes
de los doce meses, ya estaba yo diciendo ¡hola k ase!, y así hasta seis,
por lo que pienso que mi madre como casi todas las madres, olvidó pronto lo
malo y se quedó solo con lo bueno. Lo sigue haciendo, y se lo quiero agradecer con este post que le
dedico con todo mi cariño.
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ResponderEliminarGracias Aurora4268. ;)
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